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La cueva de las mariposas
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Cansada de caminar por la senda, su ánimo y mente se dejaron seducir por un hueco oscuro que se abría en lo alto de la ladera. Ni corta, ni perezosa dejó a un lado el estrecho camino de piedras y comenzó a subir como pudo entre rocas y arbustos, estos últimos salpicados a placer en su caprichoso lugar de enraizamiento, algunos eran muy pinchosos y a menudo su ropa quedaba enganchada.
Tuvo que soltar las pequeñas florecillas y hojas que había ido recolectando para llevar consigo, después pensaba tomarlas en una infusión bien caliente. El aroma de las infusiones la relajaba, todo eran entrar los finos hilos de vapor por su nariz y suavizaban su respiración, templando incluso su pensamiento. Tuvo que soltar todo, no podía sujetarse a las plantas para trepar, necesitaba toda la acción de sus manos, buscando un asidero entre tanta espesura y desnivel.
La sensación de saberse inclinada le mareaba un poco, pero no tardó mucho en acceder a la entrada de la cueva.
Una corriente fría salía de su interior y combinaba perfectamente con la oscuridad reinante. No quiso adentrarse mucho, le resultaba demasiado imponente aquel lugar, un poco por miedo a lo desconocido y por no querer perturbar algo sagrado que emanaba de su interior. Algo muy puro envuelto en silencio.
El fresco reinante la recompuso y como pudo se reclinó en la fría piedra para descansar un poco.
No supo cuánto tiempo permaneció dormida, al despertarse se dio cuenta de que el motivo habían sido suaves aleteos que de vez en cuando le rozaban el rostro o los brazos.
Para su sorpresa, todo el lugar se había llenado de mariposas. Grandes, pequeñas... todas ellas bailaban y jugaban suspendidas en el aire. Jugaban con giros rápidos, graciosos y sutiles.
Ella se sentía maravillada con aquella visión, hasta tal punto que parecía que su pañuelo, aquel con el que se había abrigado los hombros, comenzaba a moverse, a querer imitar aquel hermoso vuelo, tal cual fuera una gran ala.
Se sorprendió a sí misma creyéndose una mariposa. Feliz, resuelta a disfrutar del momento y del lugar. Dejó de pensar en nada, su único empeño era ser una más en aquel baile alado.
Aquella cueva no era un lugar real... esta afirmación pudiera parecer increíble al lector, pero físicamente no existía semejante espacio. No se trataba de que fuese un problema de ubicación o de percepción, tan sencillo como que se trataba de algo etéreo. ¿Tan etéreo como un sueño?.
Ubicada en la mente de cada uno, aquella cavidad era el lugar perfecto para desconectar de la realidad.
Ella solía visitar aquella cueva a menudo, sobre todo cuando sentía su mente espesa o torturada por los problemas de cada día.
Situaciones sin solución, tristezas largo tiempo sentidas y sufridas, desilusiones... Todo desaparecía cuando entraba a la tranquilidad y fresco que reinaba en aquel espacio tranquilo, una verdadera reserva mental, que se tornaba en el refugio más hermoso en sus horas más bajas.
Ella sabía que no podría ser una mariposa y sin embargo su pañuelo tomaba la ligereza y el aspecto de unas hermosas alas, dispuestas a ser desplegadas.
Podía soñar, podía quedarse suspendida en aquel vacío repleto de tranquilidad.
Allí estaba ella, serena, sus preocupaciones dejaban de existir, todo era liviano y frágil, hasta los minutos de aquel instante que se iban desgajando poco a poco. Su tez estaba lánguida y desprovista de tristeza.
Para un espectador, la mujer solo había conseguido subir unos metros montaña arriba, hasta encontrar un hueco donde quedarse dormida, acurrucada debido a su cansancio. No había nada, había un vacío espacial que se equiparaba a su vacío mental.
No había lugar a la decepción, ni al engaño.
Ni a la tristeza.
Reinaba el aire limpio, el vacío en el espacio.
Allí se quedó dormida el tiempo que necesitó para reponer sus fuerzas, encontrando refugio y soslayo a su corazón.
Las mariposas que volaban, no eran otra cosa que sus pensamientos serenos, separados, callados y vacíos
Flotando en su memoria.
Todo estaba en reposo, desconectado... Hasta el momento en que se decidiese a caminar de nuevo y salir de esa cueva mental.
Como todas las tardes, comenzó a soplar ese viento, que arreciaba en un instante, como venido de la nada. El aire removió el cabello en su frente, en sus sienes. Su ropa se movía a merced de las ráfagas.
Esas caricias aéreas consiguieron despertarla.
Abrió los ojos y confundida se vio separada de la senda apenas unos metros. No sabía qué la había llevado allí, incluso necesito unos instantes que le parecieron eternos para poner sus pensamientos en orden, saber dónde estaba, qué hacía.
Aquello le preocupaba, cuando despertaba confundida.
Sin pereza, regresó a la senda y la volvió a recorrer, esta vez en sentido descendente, camino a casa.
Ella se veía como una pequeña silueta, envuelta en rojo, hombros y cabeza iban envueltos en un gran pañuelo, pero cualquiera que la conociese, al ver su figura, por su manera de caminar, sabía que era ella.
Camino de casa.
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